sábado, 30 de octubre de 2010

La educación.Enrique Rossell. II.

LA EDUCACIÓN
(II PARTE)
Hemos llegado a la conclusión de que lo fundamental de la educación no es otra cosa que ésta: desarrollar o perfeccionar las facultades físicas, intelectuales y morales. Será necesario, pues, descender desde esta idea general y proponer soluciones o caminos encaminados a que todos tengamos una buena educación.
Creo que a cualquier edad, todos nos encontramos educándonos. No es patrimonio exclusivo de los niños, sino de toda la Humanidad. Por tanto prefiero hablar en general y, si llega el caso, indicar si el mensaje va dirigido a un sector en concreto o a otro. El objetivo último no es otro que la salud integral y la felicidad. No entiendo cualquier educación que se salga de estos parámetros. Una persona enferma o infeliz no es de ningún modo educada ni útil para sí misma o la sociedad, entendamos por sociedad cualquier modo de organizarse los seres humanos. Evidentemente hay muchos tipos de sociedades, pero creo que el modelo que propone el anarquismo es, a mi juicio, el mejor al que podemos aspirar. Me gustaría que no se olvidase esto a lo largo de este artículo.
Todos tenemos una serie de necesidades, bien generales y constantes, o específicas de cada edad. Satisfacer esto es lo principal. Pasar hambre o sed, ya sea literalmente o metafóricamente hablando no es el mejor método de educar. A veces podemos procurarnos ese “alimento”, otras dependemos de otros, pero lo fundamental es un cierto nivel de autarquía que nos vuelva independientes o autónomos. ¿Podemos negar un vaso de agua a un sediento? ¿O la atención médica a un herido? Pues si hemos respondido negativamente podremos comprender que toda persona pide a gritos algo, en cada momento o en cada lugar. Ansia de conocimiento, de integridad, de apetito, de libertad, de seguridad, de amor, de amistad, de reconocimiento, de expansión…eso es lo que la educación debe procurar.
Pero, ¿qué necesita realmente una persona? Hay necesidades básicas, comunes y necesarias: comer, beber, jugar, aprender, tener una sexualidad satisfactoria, ser independiente y tener relaciones sociales o personales sanas y positivas. La represión de estas necesidades es insano e inmoral, queramos o no darnos cuenta. No se trata de darlo todo o de negarlo todo. Se trata de reflexionar sobre lo que cada persona necesita. Escuchar al otro puede ser un buen paso, pero en ocasiones es preciso adelantarse, bien por medio de la intuición, de la experiencia o del conocimiento. El nivel de satisfacción diario y personal es lo que nos lleva a valorar si nuestra vida es dichosa y propia, o bien si es infeliz y alienadora. Tomarse el propio tiempo para meditar esta cuestión es una buena inversión. No podemos tratar a todos por el mismo rasero. No podemos aspirar a que un niño razone o piense o sienta como un adulto. Y eso es extrapolable a cualquier edad.
Los extremos de negación y concesión plena son, a mi juicio, contraproducentes. Pongamos por caso a un niño: según sea la edad podrá tener un cierto número de necesidades y gastos en diversión. No es una buena opción dar 50 €uros a un joven de 12 ó 13 años para un fin de semana. En primer lugar, porque es un dinero que le ha costado esfuerzo a los padres y, en segundo lugar, porque el gasto asociado a su edad debe ser más o menos razonable o consecuente. No estoy a favor o en contra de las drogas, los móviles, los ordenadores, los videojuegos y demás, en general, pero es más que probable que un noven que recibe ese dinero tenga más opción a adquirir y, quizá, a engancharse a esos productos.
Yo he sido un joven con poco dinero, lo cual agradezco. En mi pubertad apenas tenía para comprar algunas chucherías y echar unas monedas en las máquinas de videojuegos. Más adelante he utilizado parte de mi asignación semanal (2.000 pesetas, unos 12 €uros, hacia los 19-24 años) para comprar hachís, y apenas tenía para nada más. No entro a valorar si fue la decisión más correcta ni quiero decir que un joven de esa edad deba gastarse el dinero comprando hachís. Me gustaba y prefería invertir mi dinero en esa sustancia y no consumir otras cosas o comprar otros artículos. Sin ser apología o rechazo de las drogas, es un caso particular que puede  ser extrapolable a otros y que puede servir para comprender lo que quiero decir. En la época en la que muchas de las personas de mi generación experimentábamos con las drogas, mi asignación me permitía comprar o adquirir hachís, alcohol o tabaco, lo cual tampoco significa que no sean drogas y que mi decisión fuera la correcta. Indico un dato objetivo, sin más. Es verdad que prácticamente no me atraían el resto de drogas del mercado o me daban un poco de miedo (L.S.D., cocaína, heroína, speed, anfetaminas o éxtasis) pero agradezco el que dispusiera de poco dinero para no caer en la tentación de probarlas o volverme adicto a ellas. Una buena manera de no caer en ciertas cosas es impedir que pueda llegar a ocurrir, y el control del dinero a un joven es un buen método.
También creo que es importante el conseguir que algo se merezca, es decir, que se consiga con esfuerzo. Por ejemplo, colaborar en casa, ordenar la habitación, terminar los trabajos del colegio o el instituto a cambio de una asignación semanal. Se crea una buena disciplina consistente en un intercambio entre padres e hijos, que no es lo mismo que un chantaje, sino un dar y recibir, un flujo de favores. Tener todo de manera fácil es el método más seguro de no valorar nada y, sobre todo, de aumentar la dosis de exigencia. Una vía in crecendo a la hora de pedir más y más. Los padres deben valorar la economía familiar y la disponibilidad a la hora de dar pagas mensuales a sus hijos, pero también su edad, sus necesidades y lo que podrían (hipotéticamente hablando) comprar sus hijos con ese dinero. Hay drogas muy caras (como la cocaína, que puede estar en torno a los 60 €uros el gramo) y si un joven accede a ellas y le gusta hasta el punto de quererla conseguir como sea, puede llegar a exigir a sus padres un dinero del que carece o, peor, comenzar una escalada de actos desesperados cuyo objetivo es su necesidad por esa sustancia. Por tanto, las drogadicciones a temprana edad son también responsabilidad de los padres, y no sólo del mercado, de los “amigos” o del entorno. Por suerte o por desgracia vivimos en una sociedad de mercado, y sin dinero no hay opciones a determinados productos.
Creo que una buena educación debe ser múltiple o multifacética. El contacto con la Naturaleza, el deporte moderado, el descubrimiento de hobbies sanos y personales, una cierta dosis de educación cultural, las amistades, los juegos, el descanso, una alimentación correcta, el entrenamiento en habilidades sociales, autoestima y asertividad, una sexualidad plena, el diálogo y el responder con naturalidad y sin mentiras a las preguntas que nos formulan. Y sobre todo, ir concediendo más libertad o, mejor, más independencia real a la persona, hasta que llegue un momento que pueda valerse por sí misma a todos los niveles. La libertad no es perniciosa, pero creo que debe ir suministrada paulatinamente, de modo que ni una persona se encuentre desvalida y sola o, por el contrario, sometida, agobiada, domesticada y presa de manipulaciones externas. Creo que en este campo también es interesante conquistarla, estemos en la edad que estemos. Nuestro esfuerzo personal es la mejor recompensa en cualquier actividad, descubrir que hemos luchado por algo y la vida, misteriosa e inexplicablemente, nos recompensa por ello. Desconfío de las dictaduras, al igual que desconfío de la libertad mal entendida. Asfixiarnos bajo normas y leyes, morales o códigos religiosos es tan nocivo como no pensar en los demás y hacer lo que nos apetezca de modo egoísta sin pensar en el daño que hacemos. El anarquismo lucha por la libertad, y no creo que el mundo occidental actual goce de una auténtica libertad; tan sólo existen individuos inhumanos que colocan su beneficio por delante de otros, lo cual es un error. Mi libertad termina donde existe otra persona. Ser libre no es sinónimo de hacer lo que me de la gana, y exige también responsabilidad, sensibilidad, empatía, respeto y tolerancia. La libertad que nos venden es un espejismo, un sueño, un maquillaje. Detrás de ella se esconden los verdaderos amos, los actores que mueven los hilos de este escenario: políticos, agentes de marketing, multinacionales, banqueros, economistas y grupos o lobbies de presión. La libertad con la que engañan a jóvenes y no tan jóvenes es tan cruel como las leyes de mercado. Eres un producto “libre” mientras eres productivo y útil a esta gente. En el momento en que hayan podrido tu alma te empujarán a un cementerio para que acabes tus días. Mientras tanto, gozas de una “libertad” ficticia, virtual, imaginaria…la que nos ofrece el actual sistema político, económico e ideológico. Educar no es, como decía, inocular la moda cultural imperante, sino volvernos críticos, reflexivos e independientes, y a la vez  espontáneos, naturales y humanos. Todo lo demás no es sino un sueño o pesadilla de la que despertamos algún día para darnos cuenta de que nos han engañado desde hace mucho tiempo.

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