viernes, 6 de mayo de 2011

África y la falta de coordinación de las ONGs

La descoordinación resta eficacia a las ONG en África.
FUENTE: LA VANGUARDIA.
Los antropólogos denuncian que persiste una visión etnocéntrica del continente | Su trabajo implica hacer pedagogía sobre las causas de las desigualdades
Los más antioenegés somos los africanistas porque los estereotipos sobre los africanos son desoladores; tenemos la idea de que son unos inútiles, unos vagos que no sirven para nada. El choque entre el etnocentrismo europeo y la sociedad africana es brutal, no conozco a ningún africanista que esté a favor de la cooperación”, sentencia Lola López, antropóloga del Centre d’Estudis Africans. López es una de las voces que se han sumado a las críticas lanzadas por Gustau Nerín en su polémico Blanc bo busca negre pobre (La Campana), donde afirma que las oenegés son un obstáculo para el progreso de África. Nerín reabrió un debate, que hace años que colea, sobre el papel de estas organizaciones y de los gobiernos del norte en las políticas de desarrollo del sur.
La imposición de un modelo de cooperación neocolonial que no tiene en cuenta la opinión de los africanos y que arrasa con su cultura y sensibilidades; la descoordinación entre los diferentes actores que actúan sobre el terreno; la escasa profesionalidad de oenegés que crecen como hongos pero que desaparecen también al poco tiempo; la insuficiente duración de los proyectos..., son argumentos que se esgrimen a la hora de plantear una revisión del papel de la cooperación. Desde Intermón-Oxfam, su director, Francesc Mateu, que también está al frente de la Federació Catalana d’ONG per al Desenvolupament, asume que buena parte de las 600 oenegés registradas en Catalunya son el fruto del capricho de algún turista que tras regresar de unas vacaciones en África decide montar su chiringuito. “Todo el mundo que viaja a África cree que puede solucionar sus problemas y actúa con criterios colonialistas; el 99% de las grandes oenegés actuamos según las demandas de los propios africanos, hemos evolucionado y ahora son los grupos locales, las contrapartes, las que proponen sus planes; por ejemplo, en la oficina de Intermón en Mozambique sólo trabaja personal mozambiqueño. Ya en 1992, cuando empecé como coordinador de Intermón en África, me advirtieron que me prohibían tener ideas, porque las ideas debían salir de los africanos”, indica Mateu rechazando que las críticas de etnocentrismo sean vigentes.
De hecho, promover que las iniciativas surjan desde los países receptores es una de las directrices fijadas por el Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE, pero cambiar un sistema de funcionamiento fraguado hace más de 40 años es muy lento.
Con o sin oenegés el continente, en especial el África Subsahariana –que concentra el 30% de los hambrientos que hay en el mundo, 239 millones de personas–, apenas ha avanzado. “No sé si estaríamos mejor o peor sin oenegés, personalmente creo que estaríamos peor, pero eso es indemostrable”, añade Mateu. De todas maneras, pretender que las organizaciones no gubernamentales acaben con el hambre es ingenuo y supone sobredimensionar el papel de uno de los actores de un ámbito en el que confluyen instituciones mucho más poderosas: los diferentes programas de las Naciones Unidas; el FMI, el Banco Mundial, los gobiernos... “En España, las oenegés sólo canalizan entre el 8% y el 10% del total de la ayuda al desarrollo”, precisa David Álvarez, secretario del Instituto Universitario de Desarrollo y Cooperación (IUDC) de la Universidad Complutense de Madrid. “¿En qué medida la cooperación es responsable de que no se hayan reducido los indicadores de pobreza? Es muy difícil atribuirle una cuota de responsabilidad, eso sería darle más importancia de la que tiene ya que son las políticas internacionales las que tienen capacidad para solucionar los déficits de África, pero eso no quita que nos planteemos como pueden mejorar las oenegés”, reflexiona Pablo Aguirre, investigador del Instituto Complutense de Estudios Internacionales.
La proliferación de pequeñas iniciativas, descoordinadas, de poca duración, resta eficacia y cuestiona el derroche de recursos en una época en que los fondos escasean. “Los proyectos son tan pequeños y desconectados unos de otros que su impacto es mínimo; es imposible crear dinámicas de cambio si un plan sólo dura uno o dos años”, apunta Pablo Aguirre. En este sentido, desde el IUDC, David Álvarez propone que las oenegés trabajen en consorcio con otras instituciones, con la Unión Europea, con las Naciones Unidas, para evitar duplicidades y que unas zonas reciban muchos recursos y otras se queden sin nada.
Antonio Santamaría, director del máster de Relaciones Internacionales y Estudios Africanos de la UAM, también invita a las oenegés a que planifiquen a largo plazo: “Se necesitan décadas para que el desarrollo cuaje”. También sugiere que “analicen los resultados; hay un exceso de pragmatismo pero se reflexiona poco a posteriori sobre la repercusión social de su actuación”.
Los expertos en este ámbito coinciden en que se debe avanzar en promover que el trabajo de las oenegés cada vez se localice más en casa informando a la sociedad de las desigualdades Norte-Sur; presionando a los gobiernos y a las instituciones internacionales para que no den la espalda a políticas comerciales más favorables a los intereses de los países pobres. “Una de las cosas que han hecho bien es concienciar a los ciudadanos de la existencia de un continente que tenemos tan cercano; situar la realidad y dar a conocer problemas como el sida o la batalla de Médicos sin Fronteras (MSF) y Intermón-Oxfam por favorecer el acceso de Sudáfrica o India a medicamentos genéricos”, recuerda Álvarez.
Desde MSF admiten que el sector tiene que evolucionar, recurrir más a la opinión de la población africana y no a la de las élites, así como avanzar en la coordinación, pero rechaza de plano las acusaciones de que no se ha hecho nada, de que los cooperantes son una panda de oportunistas que se pegan la gran vida en África a costa de la buena voluntad de los donantes, tal como escribe Nerín. Aitor Zabalgogeazkoa, director general de MSF, sugiere “que se lo pregunten a las personas que han sobrevivido al sarampión, a hambrunas o a los niños que han nacido de madres con sida”, gracias a la acción del personal humanitario.

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