La tragedia siria
FUENTE: Por Igor Barrenetxea, * Historiador e investigador del IEP-FV  para DEIA
UN informe de Amnistía Internacional, que coincide con las denuncias de Médicos sin Fronteras, nos advierte del alto grado de violación de los derechos humanos que se está llevando a cabo en Siria. Aparte de las víctimas que ya ha provocado esta sucia guerra civil, negada de forma sistemática por las autoridades, la violencia no parece que tenga visos de menguar hasta que el Ejército haya acallado toda la rebelión. Para entonces puede que se haya silenciado toda la disidencia interna pero el futuro de Siria será igual de incierto. En cuanto a las violaciones de los derechos humanos, se sabe que en unos casos han sido responsables los rebeldes, que no es disculpable, pero en su mayor parte cabe achacarlas al Ejército y a los shabiha.
No es una información nueva pero los testimonios recogidos desvelan las clases de las torturas (se han clasificado 31 métodos diferentes) a las que son sometidos los detenidos, cuyo mayor delito, en algunos casos, es haber participado en protestas o manifestaciones contra el Gobierno. Las torturas van desde los insultos, amenazas o golpes sistemáticos durante un prolongado periodo de tiempo, de unas horas a una semana, hasta las descargas eléctricas, violaciones o vejaciones, propias de los regímenes autoritarios. El informe se apoya en el testimonio de una veintena de refugiados que han huido de ciudades en las que ha habido conatos de rebelión, como Deraa, Damasco, Hama, Homs, Lakatia, etc., y que tan despiadadamente se han acallado. No ha existido ningún miramiento hacia la población civil, incluso se han provocado matanzas, no lo olvidemos, durante funerales en los que se congregaban cientos de personas con el fin de provocar pánico. 
La Liga Árabe ha expresado abiertamente que se están cometiendo crímenes contra la humanidad, esto se suma a lo que ya se sabe. A todo esto hemos de añadir que se ha denunciado que el gobierno sirio ha colocado minas en las fronteras para evitar la huida de civiles hacia los países limítrofes como Líbano, Jordania o Turquía. De ser cierto, es una barbaridad, puesto que no cumplen ningún objetivo militar alguno salvo atenazar a la sociedad con el fin de negar el carácter de la represión que se está llevando a efecto contra aquellas poblaciones rebeldes o desafectas (suníes) al régimen. Paralelamente, el Ejército ha asaltado la ciudad rebelde de Idlib, pues la única política de reconciliación que se está ofreciendo es la de recuperar el control absoluto del país a sangre y fuego. No hay medias tintas ni promesas de paz. Y si no fuera porque el asunto es serio se diría que El Asad juega, con todo, al despiste porque mientras el Ejército y sus milicias sofocan a estos denominados falsamente grupos terroristas, se actúa como si la sociedad no estuviera viviendo tales dramáticos acontecimientos. 
Hace unas semanas llevó a cabo un llamamiento a elecciones generales para el mes de marzo aunque, al final, las ha retrasado a mayo aduciendo que, de lo contrario, los partidos no tendrían tiempo para desarrollar una eficaz campaña electoral. Sin embargo, el alto grado de violencia y el goteo constante de denuncias continúan como si esto fuera un tema diferente al que se está dirimiendo el devenir del pueblo sirio. Hay que admitir que una parte de la sociedad, difícil de saber en qué grado y entidad, debido al amaño de los resultados y a la falta de observadores, ha validado la reforma constitucional llevada a cabo por el régimen que permitía la libertad política. En realidad, el hecho de que este referéndum hay sido apoyado por el 90% de la población dice bien poco, ya que solo fue impulsado entre los sectores afines. Mientras, el número de refugiados sigue en aumento, 30.000, si bien se afirma que son más pues muchos por temor o miedos no se inscriben en las listas. También habría que contabilizar las miles de personas desplazadas por el interior del país en terribles condiciones. 
Con todo, el descubrimiento de medio centenar de cadáveres asesinados y torturados en Homs, la ciudad liberada, es atribuida por parte del gobierno sirio a los rebeldes, aunque hay indicios para pensar lo contrario. Aún así, esta es la cuestión principal: la negación de las autoridades a permitir que sean los organismos internacionales los que ayuden a garantizar los derechos humanos y la conciliación. El Asad practica un hábil doble juego que se ve facilitado por la parálisis internacional que sufre la ONU debido al apoyo que tiene Siria por parte de Rusia y China. Pudiera ser que los medios de comunicación occidentales hayan exagerado esta política de exterminio al querer compararla a la extinta Yugoslavia con el fin de favorecer un clima que derive en medidas que lleven a la intervención de la ONU. Pero, aún así, hemos de ser conscientes de que cualquier muerte violenta producida por un uso injusto y arbitrario por parte de cualquier Estado ha de ser advertido y puesto en conocimiento de los observatorios de derechos humanos. 
Vivimos en un planeta en el que, a pesar de las contradicciones e imperfecciones que existen, hemos tomado conciencia de que la justicia es su eje fundamental, más cuando, como es el caso, deriva en el desgarramiento de una sociedad. Y el mantenernos neutros no nos es posible en este punto en el que nos encontramos de la historia. Por ello, a pesar de la negación de Siria a la injerencia en su política interior y a querer maquillar, si no silenciar los hechos, no podemos ignorar las consecuencias trágicas que esto está provocando en un país que no ha conocido más realidad que una dura y férrea autocracia. 
Es de lamentar que Rusia no sea capaz de reconocer que está favoreciendo que la espiral de violencia no cese, enviando suministros de armas a Siria y ofreciendo un apoyo diplomático que permite a El Asad actuar con impunidad. Confiemos en que Putin entre en razón y que esto no derive, a la postre, en que el número de víctimas al final (hasta la fecha hay más de siete mil) no acabe en un sangriento holocausto de civiles indefensos.
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